28.11.08

Volver

Nada es lo que parece.
Nada es totalmente horrendo ni totalmente bello.
Ninguna historia maniquea se acerca a la verdad, a una verdad a medias, incierta, misteriosa, vulgar o triste.
Nada.
Nadie puede.
Y esa certeza, esa absurda seguridad, persigue a los personajes y los hace removerse en su espacio limitado, ese que el autor les concede casi con paternalismo, ignorante de que tienen su propia existencia independiente y salvaje.
Salvaje porque viven y mueren cómo y cuando quieren, no cuando nosotros, ilusos, creemos estar cansados de narrar y damos carpetazo perezosamente a una historia, dejando que se apague lentamente con el paso del tiempo.
Ellos y ellas siguen ahí, inexorables, fuertes.
Hoy han golpeado mi puerta.
He despertado, sobresaltada, y me ha deslumbrado una rendija de luz asomando, amenazadora, como el resquicio de un recuerdo vivo.
Están ahí.
Siempre han estado y siempre estarán ahí.
Porque aún tienen una historia que contar.