11.8.06

Tres

El último fin de semana de cada mes lo pasaba en el pueblo, con sus padres. Orgullo. Lejos del olor del hospital. Libertad. Su padre gustaba de conversar con ella de cualquier cosa. Su madre gustaba de escuchar el eco de su joven voz en los pasillos de una casa cuyas paredes no ocultaban el paso de los años. Eras muchos los que, seducidos por los encantos del neón, habían abandonado el pueblo. Ella huía siempre que podía. Huía de su teléfono móvil, de sus amigos de plastilina, del amor de su vida.

El domingo, después de almorzar, se despidió de sus padres y se puso al volante de su todo terreno. Tres horas. Paró en el centro comercial. Preservativos. Fresas. Nueces. Nata. Papel higiénico. Incienso. National Geographic. Yogures. Leche.

Abrió la puerta de entrada y encendió la luz y dejó caer su bolso y las bolsas de plástico sobre la superficie de madera del suelo del loft y se ahogó y corrió hacia la cama y recorrió los restos de sangre con la palma de su mano derecha y gritó su nombre y sus ojos se llenaron de lágrimas y suspiró y escuchó el último de los veintitrés mensajes de su contestador.

"Luna, soy Carmen," su voz, penumbra. "Te he llamado varias veces por si acaso habías vuelto antes de casa de tus padres. Lucas está en el hospital. No te preocupes, está fuera de peligro. Recibió una puñalada. María, tu vecina, lo encontró inconsciente el sábado por la tarde. La puerta estaba abierta. Te llamo desde el hospital..."

Sin acabar de escuchar el mensaje se abalanzó sobre su bolso y salió corriendo cerrando la puerta con fuerza tras de sí. Lágrimas. Conocía el camino que separaba su casa del hospital como la palma de su mano. Suspiros.

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